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Fonte: apolo11.com |
Daniel Tanuro
Se sabía que la cumbre de las
Naciones Unidas en Copenhague no desembocaría en un nuevo tratado internacional
sino en una simple declaración de intenciones -una más. Pero el texto adoptado
al término del encuentro es peor que todo lo que se había podido imaginar: ¡no
hay objetivos cifrados de reducción de las emisiones, ni año de referencia para
medirlos, ni plazos, ni fecha!. El texto contiene una vaga promesa de cien
millardos de dólares por año para la adaptación en los países en desarrollo,
pero las fórmulas utilizadas y diversos comentarios hacen temer préstamos
administrados por las grandes instituciones financieras más que verdaderas
reparaciones pagadas por los responsables del desastre.
La incoherencia del documento es
total. Los jefes de Estado y de gobierno reconocen que “el cambio climático
constituye uno de los mayores desafíos de nuestra época” pero, a la salida
de la 15ª conferencia de este tipo, siguen sin ser capaces de tomar la menor
medida concreta para hacerle frente. Admiten -¡menuda noticia!- la necesidad de
permanecer “por debajo de 2º C” de subida de temperatura,
consiguientemente la necesidad de “reducciones drásticas” de las
emisiones “conforme al cuarto informe del GIEC”, pero son incapaces de asumir
las conclusiones cifradas por los climatólogos: al menos el 40% de reducción en
2020 y el 95% de reducción en 2050 en los países desarrollados. Subrayan con
énfasis su “fuerte voluntad política” de “colaborar en la realización
de este objetivo” (menos de 2º C de subida de la temperatura), pero no
tienen otra cosa que proponer que una casa de locos en la que cada país, de
aquí al 1 de febrero de 2010, comunicará a los demás lo que piensa hacer.
Pillados por la
hipermediatización que ellos mismos han orquestado, los grandes de este mundo
se han encontrado bajo los focos mediáticos sin otra cosa que mostrar que sus
sórdidas rivalidades. Entonces, los representantes de 26 grandes países han
expulsado a las ONGs, marginado a los pequeños estados y redactado
catastróficamente un texto cuyo objetivo principal es hacer creer que hay un
piloto en el avión. Pero no hay piloto. O más bien, el único piloto es
automático: es la carrera por el beneficio de los grupos capitalistas lanzados
a la guerra de la competencia por los mercados mundiales. El candidato Obama y
la Unión Europea habían jurado que las empresas deberían pagar sus derechos de
emisión. Cuentos: a fin de cuentas, la mayor parte de ellas los han recibido
gratuitamente y hacen ganancias con ellos, revendiéndolos y facturándolos al
consumidor!. Lo demás va en concordancia. “No tocar la pasta”, tal es la
consigna.
Este autodenominado acuerdo suda
la impotencia por todos sus poros. Permanecer por debajo de 2º C, es algo que
no se decreta. A poco que sea aún posible, hay condiciones drásticas que
cumplir. Implican en definitiva consumir menos energía, y por tanto transformar
y transportar menos materia. Hay que producir menos para la demanda solvente y satisfacer
al mismo tiempo las necesidades humanas, particularmente en los países pobres.
¿Cómo hacer? Es la cuestión clave. No es tan difícil de resolver. Se podría
suprimir la producción de armas, abolir los gastos de publicidad, renunciar a
cantidad de productos, actividades y transportes inútiles. Pero eso iría en
contra del productivismo capitalista, de la carrera por el beneficio, que
necesita el crecimiento. ¡Sacrilegio!. ¡Tabú!. ¿Resultado de las carreras?.
Cuando las emisiones mundiales deben disminuir el 80% al menos de aquí a 2050,
cuando los países desarrollados son responsables de más del 70% del
calentamiento, la única medida concreta planteada en el acuerdo es la detención
de la deforestación… que no concierne más que al Sur y representa el 17% de las
emisiones. ¿Avance ecológico? ¡En absoluto!. “Proteger” las selvas tropicales
(¡expulsando a las poblaciones que viven en ella!) es para los contaminadores
el medio menos caro de comprar el derecho a continuar produciendo (armas,
publicidad, etcétera) y a contaminar…, es decir, a continuar destruyendo las
selvas por el calentamiento. Es así como la ley de la ganancia pudre todo lo
que toca y transforma todo en su contrario.
El planeta primero, la gente
primero
Felizmente, frente a la derrota
en la cumbre, Copenhague es una magnífica victoria en la base. La manifestación
internacional del sábado 12 de diciembre ha reunido a unas 100.000 personas. El
único precedente de movilización tan masiva sobre esta temática es el de los
cortejos que reagruparon a 200.000 ciudadanos australianos en varias ciudades
simultáneamente, en noviembre de 2007. Pero se trataba de una movilización
nacional y Australia sufre de lleno los impactos del calentamiento: no es (aún)
el caso de los países europeos de los que han venido la mayor parte de los
manifestantes que, a pesar de una feroz represión policial, han sitiado la
capital nórdica al grito de “Planet first, people first” [“El planeta
primero, la gente primero”]. Frente a la incapacidad total de los gobiernos,
frente a los lobbies económicos que impiden tomar las medidas para estabilizar
el clima respetando la justicia social, cada vez más habitantes del planeta
comprenden que las catástrofes anunciadas por los especialistas no podrán ser
evitadas más que cambiando radicalmente de política.
Copenhague simboliza esta toma de
conciencia. Se expresa por la participación de actores sociales que, hace poco
todavía, se mantenían al margen de las cuestiones ecológicas, que incluso las
contemplaban con desconfianza: organizaciones de mujeres, movimientos
campesinos, sindicatos, asociaciones de solidaridad Norte-Sur, movimiento por
la paz, agrupamientos altermundialistas, etcétera. Un papel clave es jugado por
los pueblos indígenas que, luchando contra la destrucción de las selvas (¡en
una correlación de fuerzas digna de David contra Goliat!), simbolizan a la vez
la resistencia a la dictadura de la ganancia y la posibilidad de una relación
diferente entre la humanidad y la naturaleza. Sin embargo, estas fuerzas tienen
en común apostar más por la acción colectiva que por el trabajo de lobby, muy
apreciada por las grandes asociaciones medioambientales. Su entrada en escena
desplaza radicalmente el centro de gravedad. En adelante, la lucha por un
tratado internacional ecológicamente eficaz y socialmente justo se jugará en la
calle –más que en los pasillos de las cumbres- y será una batalla social -más
que un debate entre expertos.
Mientras la cumbre oficial
producía un pedazo de papel mojado, la movilización social y la cumbre
alternativa han puesto las bases políticas de la acción a llevar por la base en
los próximos meses: “Change the system, not the climate”, “Planet not
profit”, “bla bla bla Act Now”, “Nature doesn’t compromise”, “Change
the politics, not the climate”, “There is no PLANet B”. A pesar de
sus límites (sobre el papel de las Naciones Unidas en particular) la
declaración del Klimaforum09 es un buen documento, que rechaza el
mercado del carbono, el neocolonialismo climático y la compensación de las
emisiones por plantaciones de árboles u otras técnicas falsas. Cada vez más
gente lo comprende: la degradación del clima no es debido a “la actividad
humana” en general sino a un modo de producción y de consumo insostenible. Y
saca la conclusión lógica de ello: el salvamento del clima no puede derivar
solo de una modificación de los comportamientos individuales sino que requiere,
al contrario, cambios estructurales profundos. Se trata de acusar a la carrera
por los beneficios, pues ésta conlleva fatalmente el crecimiento exponencial de
la producción, del derroche y del transporte de materia, y por tanto de las
emisiones.
¿Fracaso?
¿Es una catástrofe el fracaso de
la cumbre?. Al contrario, es una excelente noticia. Excelente noticia, pues es
tiempo ya de que se detenga el chantaje que impone que, a cambio de menos
emisiones, haría falta más neoliberalismo, más mercado. Excelente noticia, pues
el tratado que los gobiernos podrían concluir hoy sería ecológicamente
insuficiente, socialmente criminal y tecnológicamente peligroso: implicaría una
subida de temperatura de entre 3,2 º y 4,9 º C, una subida del nivel de los
océanos de entre 60 cm. y 2,9 metros (al menos), y una huida hacia adelante en
tecnologías de aprendices de brujo (nuclear, agrocarburantes, OGM y “carbón
limpio”, con almacenamiento geológico de millardos de toneladas de CO2).
Centenares de millones de pobres serían sus principales víctimas. Excelente
noticia, pues este fracaso disipa la ilusión de que la “sociedad civil mundial”
podría, por “la buena gobernanza”, asociando a todos los stakeholders,
encontrar un consenso climático entre intereses sociales antagónicos. Ya es
hora de ver que no hay, para salir de los combustibles fósiles, más que dos
lógicas totalmente opuestas: la de una transición pilotada a ciegas por el beneficio
y la competencia, que nos lleva derecho contra la pared, y la de una transición
planificada consciente y democráticamente en función de las necesidades
sociales y ecológicas, independientemente de los costes, y por consiguiente
recurriendo al sector público y compartiendo las riquezas. Esta vía alternativa
es la única que permite evitar la catástrofe.
El rey está desnudo. El sistema
es incapaz de responder al gigantesco problema que ha creado de otra forma que
infligiendo destrozos irreparables a la humanidad y a la naturaleza. Para
evitarlo, es el momento de la movilización más amplia. Todos y todas estamos
concernidos. El calentamiento del planeta es bastante más que una cuestión
“medioambiental”: una enorme amenaza social, económica, humana y ecológica que
necesita objetivamente una alternativa ecosocialista. El fondo del asunto: el
capitalismo, como sistema, ha superado sus límites. Su capacidad de destrucción
social y ecológica es claramente muy superior a su potencial de progreso. Ojalá
pueda esta constatación ayudar a hacer converger los combates en favor de una
sociedad diferente. Los manifestantes de Copenhague han abierto el camino. Nos
invitan a unirnos a ellos en la acción: “Act now. Planet, not profit. Nature
doesn´t compromise”.
En Foco difunde este artículo
publicado en la sección web de la revista Viento Sur el 24/12/2009, con
traducción desde el francés de Alberto Nadal.
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